Escuchas esa canción por primera vez y después empiezas a repetirla una y otra vez.
Es una canción triste, pero te alegra mucho cada vez que suena.
Ya sabes dónde el artista sube y baja la voz y que dura dos minutos y treinta y cuatro segundos.
Mueves la cabeza inconsciente y recuerdas que solo has dormido cuatro horas y te despertaste con el ritmo de nuevo de la canción.
Pasa, el día y vas tarareándola cuando estás en la hora de la comida o hablando con alguien y se te escapa una frase de la canción.
Vuelves y te hundes, la canción es un abismo, o tú eres el abismo y la canción cayó accidentalmente en ti. SOLO ERES UN TOCADISCOS QUE REPRODUCE LO MISMO UNA Y OTRA VEZ.
Quieres librarte de ti, de esa canción, de lo que significa realmente estar feliz escuchando cosas tristes, pero las segundas voces arman una camisa de fuerza mientas sigues tarareándola, rogando que la llegues a olvidar... a la canción, por supuesto.
A ella, a la otra, sabes que la olvidaste hace ya tiempo...