El ideal del arte como camino de trascendencia, exacerbado en el caso de la música por su naturaleza evanescente y por su capacidad de crear ambientes e identificaciones pasajeras, es la religión de las élites transnacionales de la globalización. Representa un bien de consistencia espiritual, un valor en alza en las sociedades modernas, ansiosas de recuperar lo sensible, la magia y la mística que eclipsó la racionalidad. Se trata de un valor “simbólicamente” alejado de la utilidad económica, que busca lo más profundo y verdadero del ser humano.