Camisa blanca, alma sucia

Era un día brillante en San Giovanni Rotondo. Entre la multitud que esperaba al famoso Padre Pío, destacaba Beniamino Gigli, el tenor que emocionaba a los teatros más prestigiosos del mundo.

Había oído historias sobre el fraile que podía leer las almas y, curioso, decidió viajar hasta aquel rincón de Italia. Vestía impecable, con un traje oscuro y una camisa blanca que brillaba al sol, reforzando su imagen de perfección.

Al llegar frente al Padre Pío, este lo fulminó con una frase que paralizó al tenor:

—Cámbiate de camisa, jovencito. Tu alma no está tan limpia como aparentas.

Gigli quedó inmóvil. Nadie le había hablado así, y menos alguien que nunca lo había visto antes. La sala pareció encogerse mientras sus errores y orgullos desfilaban en su mente. Sin poder contenerse, cayó de rodillas y, entre lágrimas, preguntó:

—¿Cómo lo sabe?

El fraile no respondió. Solo lo observó con severidad y compasión antes de añadir:

—Confiesa, hijo mío. Que tu camisa sea digna del alma que la lleva.

Desde entonces, Gigli encontró en el fraile un guía. En cada visita, le cantaba canciones como el Ave María de Schubert, que conmovían al capuchino hasta las lágrimas. Años después, el tenor confesó públicaD:\Weblaser\Video workspace\AtraerShorts\output\Camisa blanca, alma sucia.mp4mente que ese encuentro lo había salvado de la autodestrucción.D:\Weblaser\Video workspace\AtraerShorts\output\Camisa blanca, alma sucia.mp4

Aunque siguió llevando camisas blancas en los escenarios más grandes del mundo, entendió que lo importante no era la apariencia, sino lo que ocultaba su alma.

Porque nada pesa más que un alma manchada... o brilla más que un alma redimida.