En 1947, Karol Wojtyla, un joven sacerdote polaco, viajó a Italia en busca de algo más grande que él mismo.
Había llegado a San Giovanni Rotondo, donde vivía el enigmático Padre Pío, un hombre conocido por sus estigmas y los milagros que lo rodeaban.
Cuando Karol entró en la pequeña habitación del fraile capuchino, el aire parecía volverse más denso.
El Padre Pío, con su rostro marcado por el sufrimiento, no levantó la vista, pero sus manos, cubiertas de cicatrices, se alzaron hacia él.
No hubo palabras de saludo, solo un murmullo bajo y grave. “El destino te ha elegido, joven sacerdote”, dijo el Padre Pío, como si ya conociera su futuro.
“El camino será largo, pero no te detendrás.”
Karol, desconcertado, no comprendió del todo el significado de esas palabras, pero algo en su interior se removió.
El Padre Pío, con su mirada profunda, le había hablado de un futuro que aún no entendía.
Años después, cuando Wojtyla se convirtió en Papa Juan Pablo II, recordó aquel encuentro y las palabras del fraile, que lo marcaron profundamente.
En 2002, cuando el Padre Pío fue canonizado, Juan Pablo II promovió su beatificación, reconociendo su santidad.
Lo que muchos no sabían es que, en aquel breve encuentro de 1947, el Padre Pío ya había hablado sobre el futuro de Karol, el futuro Papa, prediciendo un destino que se cumpliría mucho tiempo después.